Encendí la chimenea observando cada paso que daba en mi cometido, sintiendo la leña entre mis dedos, la aspereza de la corteza y el olor a roble que me envolvía. Con mis emociones a flor de piel por los últimos acontecimientos vividos, que me habían convulsionado de una manera única e irresistible. Me detuve para reflexionar tranquilamente un rato, mirando el fuego, en la quietud de mi casa, sola y centrada en mi mundo interior.
Mi mente se adueñó de viejos recuerdos, de cuando era niña, reviviendo el barrio donde me crié. Estudiaba en el colegio más cercano a mi casa, donde coincidíamos todos los niños del vecindario, pero a pesar de que todos nos conocíamos, lo normal era que intimásemos más con algunos de ellos, quizás por simpatía o por cualquier otra característica puntual.
Recuerdo, que los niños más complicados de todo el colegio, en todos los sentidos, eran dos hermanos, no sabíamos porqué, y a pesar de los muchos castigos impuestos por los profesores, que quizás no sabían que más hacer para ayudarles, continuamente repetían sus gamberradas. Ahora creo que eran llamadas de atención debidas a la falta de cariño que tenían en su hogar. Pero esto es otra historia.
Fuimos creciendo, y cada uno tomo su destino, pero estos chicos, ya tenían impuesta la etiqueta de «malos», y puede ser que se lo creyeran de verdad, porque hasta donde yo sé, continuaron por un camino bastante oscuro mucho tiempo. Momentos muy duros, en los que para más inri, certificaban de forma segura, las predicciones hechas por todos aquellos que conocíamos su pasado, y que nunca hubiéramos apostado por su buen hacer.
Al recordar a estas personas, el resto parece que siempre nos hemos creído bastante mejores. Como si tuviéramos la certeza que hemos hecho las cosas bien, y ellos fatal, sin plantearnos nada más. Sin darles la mínima oportunidad para rectificar su vida. Sin la mínima compasión.
Me he dado cuenta a lo largo del tiempo de que normalmente creemos que lo sabemos todo de las personas que nos rodean, basándonos sobretodo en nuestro contacto básico con ellos, en la información que nos transmiten en primera instancia, pero que la mayoría de veces esta imagen no es del todo real.
Todo acaba colocándose en su sitio, y la vida no para de dar vueltas hasta que nos pone la experiencia perfecta delante de las narices. Aún así, podemos querer verla o no, pero en mi caso, fue tal la claridad de la realidad, que algo se despertó de pronto dentro de mí.
Ocurrió un día cualquiera, cuando un familiar mío, que sigue viviendo allí, en mi antiguo barrio, con un problema de salud bastante grave, tuvo un percance en la calle, donde calló al suelo inconsciente. Parece ser que fueron varias personas las que pasaron por delante, pero nadie movió un solo dedo para ayudar.
La mayoría de las personas no quieren asumir ningún tipo de responsabilidad, ¿para qué?, ¿me voy a crear un problema?. Es más fácil pasar de largo, asumiendo que no es su responsabilidad y dejando atrás a ese ser humano que lo está pasando mal, e incluso puede que en peligro de muerte.
Curiosamente, recibí ese mismo día una llamada, era uno de los hermanos de los que hablaba. Aquel al que yo también había etiquetado de «persona complicada», al que nunca quise en mi vida, por si acaso… Ese fue el que me llamó.
Fue precisamente él quien recogió a mi familiar enfermo del suelo, y lo llevo al hospital. Y estuvo allí todo el tiempo, acompañándole, hasta que pudo localizar a la familia, y sólo entonces, se marchó. Asumió bastante responsabilidad, desde luego, pero aún así, lo hizo. Incluso durante el tiempo del ingreso, sus visitas diarias nos sorprendían, siempre atento y afable. Prestándose a darnos su ayuda incondicional.
Nunca lo hubiera imaginado, por un lado, tampoco hubiera esperado una actitud semejante de esta persona, aunque ya me habían contado lo cariñoso que es actualmente con su madre enferma, como la cuida, como pasea a su lado siempre que puede, como le habla y lo que ha luchado por ella.
No tengo más que palabras de agradecimiento para esta persona. Sé que no espera nada a cambio, él es así, y hace las cosas desde el sentido común, actuando cuando es necesario, de forma natural, es él mismo en todo momento, sin importante las consecuencias.
Esta situación ha removido con seguridad mis cimientos, que creía sólidos en determinados temas. Ya no tengo tan claro si «la normalidad», el tener una cultura determinada, o el llevar una vida aparente, nos define realmente como somos. Esos conceptos que tenemos de cómo tienen que las personas y como deben comportarse para ser merecedoras de nuestro reconocimiento. La falsa imagen llena de hipocresía reflejada en nuestra sociedad, que continuamente nos decepciona.
Con lo que quiero quedarme en este momento, es que al final, lo que nos define son nuestros actos, no nuestras palabras. Aquello que hacemos es lo que realmente somos. La coherencia en nuestra vida nos define como personas. El resto son puras apariencias y roles establecidos por la sociedad que tenemos y que entre todos hemos creado.
Acertada reflexión, leí en alguna parte que necesitamos clasificar a los demás en un roll determinado, la mayoría de las veces equivocado, y que incluso podemos sentir cierto malestar cuando descubrimos nuestro error. La uniformidad es uno de los comodines sociales más útiles y causa de terribles discriminaciones estereotipadas. Recuerdo el holocausto sufrido por los judíos o las masacres de África y Próximo Oriente. Un beso
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Pues si, tenemos que estar atentos, porque sin darnos cuenta entramos en esas historias inconscientemente.
Un abrazo.
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Escribes muy bien, enhorabuena. Las chimeneas a mí también me evocan mi infancia 🙂
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Muchas gracias, me alegro de que guste.
Un abrazo
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Solo nuestros actos nos definen, no la religión, no la política, no la clase social, solo esos actos que nos redimen cuando creemos que no nos merecemos el apelativo de «civilizados», un apretón de manos, un pararse un instante, un asumir compromisos……
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Totalmente de acuerdo,
Un abrazo!
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Es muy cierto, a veces ponemos una etiqueta a alguien y no la quitamos, pero lo bueno de todo esto es que el tiempo nos descubre como son las personas que nos rodean, a veces nos llevamos muchas decepciones, otras maravillosas sorpresas. Los actos nos definen, así es, las palabras o las etiquetas no valen, es una gran verdad que la misma sociedad se afana por esconder y todos caemos en la misma trampa, hasta que nos demuestran lo contrario. Gracias. Besos a tu alma.
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Pues si, esa es la realidad.
Un abrazo!
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Una genial reflexión
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Gracias por leerme.
Un abrazo
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Es todo un placer. Un abrazo, Anita
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Buena y acertada reflexión…
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Gracias!, valoro mucho tu opinión.
Un abrazo!
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Pelos de punta, me ha encantado enserio y me ha encantado porque tienes toda la puta razon y lo has contado tan bien que emociona. Enhorabuena por el relato enserio, desde ya te sigo:) y con tu permiso lo publico en facebook. Me estoy metiendo en este mundillo del blog y cada vez me esta gustado mas por personas como tu. Pasate por el mio si te apetece y tienes tiempo.Un saludo!:)
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Muchas gracias por tus palabras, si q puedes publicarlo en Facebook , y gracias también por ello.
Un fuerte abrazo!
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