Abrió la puerta, por instinto, sin calibrar las consecuencias, y encontró tras ella el rostro de quien jamás esperó conocer.
Paralizada, sintió un fuerte calor interior, un fuego oculto que le impedía articular palabra, cerró los ojos un instante, para poder así soportar tal intensidad.
Durante un segundo llegó a perder el contacto con la realidad, respiró profundamente sintiendo sus pies sobre el suelo, buscando algo seguro a que aferrarse.
Una intensa paz la invadió en este momento, se vio sentada en su sillón rojo, meditando, y comprobó, al fin, que había encontrado el camino hacia su propia divinidad.